jueves, 21 de junio de 2012

El chupacabras



El bosque siempre era oscuro de noche, pero aquella noche estaba especialmente oscuro. Nubes negras como la pez cubrían por completo la luna y las estrellas, y no había ni un pájaro, ni un insecto, ni nada que pudiese orientar al joven viajero extraviado en aquel mar de árboles negros y lúgubres. El viento soplaba fríamente, aunque era imposible determinar de qué dirección venía. Todo indicaba que aquella noche iba a pasar algo no muy bueno. El muchacho caminaba sin rumbo, tratando de ubicarse en vano. Miraba en todas direcciones, pero aquella oscuridad le impedía ver gran cosa. Tras mucho andar sin ver ni oir nada, finalmente logró escuchar un sonido a lo lejos. Era débil, pero lo suficientemente fuerte para que el joven lo oyera. Un rayo de esperanza le iluminó de repente. Sin pensarlo, se puso a correr en ésa dirección. Estaba seguro de que si llegaba hasta ahí estaría salvado. Pobre diablo. Sin saberlo, estaba dirigiéndose a su perdición. El sonido cada vez se oía más fuerte. Parecía que se movía. El viajero se esforzó por seguirlo, pero cuando quiso darse cuenta ya había dejado de oirlo. La desesperanza le invadió nuevamente. De nuevo no se oía nada. Ya creía que se iba a quedar ahí para siempre, y, de hecho, nada más lejos de la realidad. Antes siquiera de que se diera cuenta, alguna cosa le estaba succionando la sangre. Quiso gritar, pero no pudo. Todo pasó realmente rápido, y no le dió tiempo ni para intentar defenderse. Al día siguiente, el cadáver de aquel pobre joven fué hallado desangrado en medio de la nada.